lunes, 27 de julio de 2009

Rabdomantes urbanos



Mis no pocas ni infrecuentes incursiones en las viejas librerías, distribuidoras, tiendas, ferias y quintas del centro de Lima me han llevado a conocer a un intrigante y admirable subgrupo de seres aficionados a retroalimentar el pasado. Algunos son coleccionistas, otros eternos investigadores de temas sin importancia, no obstante, la gran mayoría son simples románticos que quieren volver a un pasado entrañable que ya no está más.

En ese escenario la oferta resulta inagotable y altamente creativa. Estoy casi convencido que no hay un libro que no se pueda encontrar por más antiguo, especializado y extraño que sea. Los hay de todos los temas, tamaños, precios y estado de conservación. No debe sorprender que, en este festival de la prescripción adquisitiva del dominio del libro, uno se encuentre con un ejemplar que alguna vez pasó por sus manos, que fue de su propiedad o formaba parte integrante del patrimonio de una biblioteca pública o le perteneció a un personaje famoso con dedicatoria incluida. Hace unos días estuve en la feria del libro ubicada en el Museo de la Nación y después de dar giros como troglodita entre la civilización y la barbarie sin estar seguro de haber dado una vuelta completa al recinto, de ver desfilar a esa parte de la intelectualidad limeña que se disfraza de bolchevique renegado y trasnochado o de egresado con honores del Hospital Larco Herrera, de seguir soportando la arrogante presencia de esos cuatro burros cofrades que se creen dueños de las letras nacionales y que escriben un incoloro e insípido libro cada 10 años y se la pasan felices comentando libros de otros, sentí una terrible nostalgia por los personajes que pululan las aromáticas calles limeñas en busca de saciar su auténtica pasión por nunca dejar de aprender. Y, si, pude constatar una vez más, que la sabiduría del pueblo es interminable, pues los precios de la feria suelen ser más altos, salvo los saldos de stock que rematan las editoriales, importadoras y distribuidoras, sobre todo de cursos de inglés, libros para niños y el bendito plan lector, enciclopedias, diccionarios y las novelas clásicas de siempre.

Estas ferias persas populares de nuestra ciudad ofrecen de todo un poco, desde los viejos discos de vinilo y sus extraordinarias carátulas, revistas nacionales de décadas pasadas, suplementos y magacines de los diarios, los chistes de nuestra niñez en todas sus versiones, los álbum que coleccionamos de niños (Mi Perú, Las maravillas de la naturaleza, Lo sé todo, Banderas, escudos y monedas de los países, El maravilloso mundo animal, El Topo Giggio, entre otros), fotografías de la ciudad, los viejos juguetes, muñecos y juegos de los 60s y 70s; monedas, billetes y todo un mundo de recuerdos a los que uno puede acceder caminando mucho, buscando con paciencia y sin apuro y haciendo amistad con los referentes que son claves para este cometido.

Hace unos días un vendedor con pinta de hippie espabilado me entregó unas fotografías que le había pedido meses atrás y en la charla me mostró el autógrafo y el dibujo de un pentagrama con las notas iniciales de " Another Brick in the Wall" de puño y letra de Roger Waters, el emblema de Pink Floyd, que consiguió hace dos años cuando se presentó en Lima. Pensando en mi hijo, acérrimo admirador de Waters y Pink Floyd, me atreví a preguntarle si me lo quería vender. El inquirido desorbitando los ojos me espetó: “Ni cagando, brother, no te vendo este autógrafo así me traigas 10 kilos de la mejor marihuana del mundo”. Al llegar a casa y contar el episodio a mi vástago, recibí como respuesta una soberana puteada y una frase para el recuerdo de un amigo suyo que lo acompañaba: “Que huevón, seguro que por un kilo le atracaba”. Plop.

sábado, 18 de julio de 2009

El Micky del pueblo


Si una cosa me alegra de la partida de Micky Rospigliosi es que en el recuerdo colectivo del pueblo peruano han quedado grabadas la imagen del bailarín descuajeringado pero héroe al fin del programa “Bailando por un Sueño”, pero sobre todo, la del fiero gladiador que se enfrentó al peor de los rivales dándole batalla hasta el último suspiro de su vida. Micky se fue en olor a multitud, llegando a ser, sin habérselo propuesto, uno de los personajes más queridos, populares y admirados de la televisión peruana.

Curioso contraste de un logro obtenido en tan sólo un año de cara a una carrera como periodista deportivo con una data de 30 años en los que cosechó éxitos, reconocimientos pero también la exposición y desgaste de la imagen de una persona diferente al entrañable ser humano que supo mostrar en su último año de vida. Y es que Micky nació, creció y se desarrolló para ser periodista deportivo. No podía ser otra cosa siendo hijo del referente más importante de la historia del periodismo deportivo del país, el gran Alfonso “Pocho” Rospigliosi.

Micky heredó de su padre esa capacidad de ver y entender el fútbol, de adelantarse a las jugadas, de predecir circunstancias, de analizar lo que otros no podían ver, lo que lo convertía en un periodista distinto a sus colegas coetáneos que resultaron siendo en su mayoría muy buenos paporreteros de recuerdos, alineaciones y partidos sin trascendencia. Cuando después de una jornada futbolera se buscaba un análisis coherente y técnico de la fecha, resultaba indispensable oír los comentarios de Micky para comprobar que nos contaban historias diferentes y que su versión de los hechos calzaba con lo que habíamos visto. Por otra parte Micky tuvo el don adicional de ser un excelente narrador de partidos, divertido, intenso, con una gran imaginación y que sabía estremecer con sus relatos.

Su estilo frontal, directo y brutalmente honesto para decir las cosas lo convirtieron en una persona peligrosa a los intereses de determinados actores del fútbol peruano. Hace diez años Micky Rospigliosi, inició, desde su sanchopancesca figura, una quijotesca cruzada contra la incapacidad y corrupción de los dirigentes de la Federación Peruana de Fútbol y su red de periodistas encubridores, ayayeros y complacientes a los que no tuvo el menor reparo de llamarlos “mermeleros”, con la que cosechó la enemistad de un buen sector de la prensa deportiva, muchos de ellos nacidos y formados en Ovación, así como el veto y la presión política y comercial que le regalaron los hombres poderosos del fútbol local y sus lobbies. Nada de ello amilanó a Micky hasta que el tiempo, los resultados y destapes de la corrupción terminaron dándole la razón. Micky que nació como periodista en la etapa más brillante del fútbol peruano nos dejó compartiendo la pena y vergüenza nacional de ser los peores y últimos del continente.

Si bien su destino estaba delineado para ser lo que fue y asumió con responsabilidad el inmenso legado que dejó su padre, Micky, a pesar de su reconocida trayectoria periodística no llegó a consolidar su status como un referente del periodismo deportivo que perdurase en el tiempo como si lo hizo el gran Pocho. Micky pertenecía a otra generación y lo tuvo todo desde que nació, por lo que al ser un personaje público desde los 12 años, tuvo la sensatez de vivir su adolescencia con plenitud, con amigos y juergas, con harta playa y diversión. Le gustaba la buena vida y se supo dar los lujos que la prosperidad de su familia y su precoz experiencia laboral podían brindarle. No fue, pues, un apasionado compulsivo del fútbol como si lo era el inigualable Pocho y su apuesta fue más por ser una persona común y corriente. No obstante, y por propia confesión de Micky en el ocaso de su existencia, hubo rasgos en él que lo alejaban de la gente, que deformaba su imagen pública en una sociedad como la nuestra tan sensible a la arrogancia del poderoso. Y Micky transmitía en ciertas ocasiones, sin serlo, una postura soberbia, de todopoderoso, de patancito pituco que, por cierto, lo alejaba del sentimiento del pueblo por sus ídolos populares y que forzaba siempre una inevitable comparación con su padre que si bien no solía darse baños de pueblo y era más bien un tipo tímido y esquivo con la gente, tuvo el don de saber llegar al corazón del pueblo con la sencillez de su lenguaje, la entrega desmedida a su trabajo y por su política de nunca hablar mal de nadie.

Quizás por ello, no asumió plenamente el control de su empresa y confió en personas de su entorno que lo terminaron despojando más allá de lo material, de aquella marca que tanto le costó construir y consolidar a Pocho y a él mismo: “Ovación”. En esta parte, me permito compartir un almuerzo en el año 1998 de quien escribe con Micky, su primo hermano Tony que es uno de mis mejores amigos de toda la vida y otros dos grandes amigos en el que le planteamos el relanzamiento de la revista Ovación en un formato de publicación mensual. Lamentablemente el tema no se dio por diferentes razones pero me permitió conocer a ese Micky sencillo, criollo y, a decir verdad, muy hábil para los negocios.

La pérdida de la empresa y una serie de circunstancias negativas en su vida personal y su entorno familiar, nos mostraron a un Micky sensible, permeable y humano que se hizo más evidente y público cuando sostuvo un romance con una conocida bailarina situación que le abrió las puertas de los programas de farándula y las carátulas de los diarios populares. Esta fue una suerte de preámbulo a ese Micky del pueblo que se consolidó a raíz de su participación en el concurso de baile y en la forma ejemplar con la que enfrentó su enfermedad.

Hoy, todos hablan maravillas de Micky y le aparecen amigos por montones. Nadie más que él supo quienes lo fueron de verdad y el significado que tuvo su familia y ni qué decir de aquel ángel disfrazado de mujer que es Vanesa a la que todo el Perú quiere y admira.

Micky fue un predestinado, un ganador, uno de esos personajes que nace para estar en el corazón del pueblo como lo fueron Augusto Ferrando y por cierto nuestro querido Pocho Rospigliosi. Parecía que no lo lograría pero por suerte, dentro de todo lo doloroso que resultó su final, su último año de vida lo acercó al pueblo que hoy lo llora como uno de sus hijos más queridos.

Hasta siempre Micky.

martes, 7 de julio de 2009

Pasión por el sanguchón


Mis hijos suelen reírse (y sospecho que hasta burlarse) cuando les relato mis historias de niño, de un niño clasemediero de fines de la década del 60 y mediados del 70, claro está. Uno de los temas que les parece más cómico es el del único televisor de casa en blanco y negro, con tan solo tres canales con programación, vamos a decir regular (4, 5 y 7) y otros tantos irregulares y extravagantes (2, 9,11, 13), cuyo funcionamiento era a tubos los mismos que cuando se quemaban iban recortando la imagen hasta convertirla en un ridículo cubo o quedarse en la más absoluta oscuridad hasta que llegase, en su motocicleta, el reparador de sueños, alias el técnico electricista, con un maletín similar al de un médico en el que portaba los tubos de repuesto que devolvían la alegría a casa. No dejan de refocilarse hasta el borde de la incontinencia cuando les cuento que el televisor carecía de control remoto y que al prenderse debía calentar unos minutos para poder sintonizar la imagen y que todo nacía en un punto que se iba agrandando y que al apagarse era observado con nostalgia hasta que desaparecía lentamente llevándose con él toda la magia.

Otro tema que les resulta increíble es el hecho que la presencia de una botella de gaseosa en la mesa de nuestro hogar infantil tuviese un carácter festivo y poco frecuente. Una Coca Cola familiar (750 ml) en envase de vidrio se tomaba en fiestas, domingos o ante una inminente visita en casa. Cuando se compraba en familia los niños solíamos juntar los vasos de cada integrante del clan para medir el contenido con precisión, justicia y equidad.

Para los niños ya sonaba a aventura salir a dar una vuelta en el carro por el centro de Lima o a Miraflores. La mayoría de veces se trataba de tan sólo un paseo sin bajar del auto y con suerte se ligaba un helado. En circunstancias muy especiales como cumpleaños, aniversarios o día del padre o la madre, nuestros progenitores sin consultar a las bases infantiles optaban por ir a comer, generalmente, chifa, pollo a la brasa y en menor medida comida italiana o criolla. No obstante, las salidas a comer incorporaron un elemento intermedio entre la frugalidad del helado y lo opíparo del restaurante y era la tenue presencia en ese entonces de la cultura del sanguchito en una suerte de etapa prehistórica del fast food que nos domina en estos días.

Mis primeros recuerdos se remontan a la “Panadería Cúneo” ubicada en las primeras cuadras de la avenida Arenales, en donde servían en crocante pan baguette, una porción generosa de jamón inglés acompañada de una extraordinaria mantequilla. La simpleza del sándwich y la calidad de los insumos lo convirtieron en una parada obligatoria después de la misa de domingo en el centro de Lima. Siguiendo la ruta en la misma Arenales se ubicaban otras panaderías que ofrecían sabrosas opciones a nivel de empanadas, pastel de acelga y algunos sándwich como el “Malatesta” y “Belgrano” (que también tenían su zona de bar) el “Belgravia” y el "Cordano". El único local de la “San Antonio” ubicado en Magdalena ya gozaba de prestigio por su refinada pastelería y por sus sensacionales butifarras y empanadas de carne. Por su parte “Rovegno” en su local de 2 de Mayo en San Isidro, la rompía con su variada oferta de empanadas, pasteles salados, fugazas y pizzetas. La pastelería “Montserrat”en el Olivar de San Isidro gozaba de fama por sus exquisitas empanadas de carne al igual que “Elio Tubino” en Miraflores y “Herbert Baruch” en Jesús María. El “Cordano” y el “Queirolo” ubicados en el centro de Lima alternaron desde un principio su oferta de comida servida y el bar con sus excelentes butifarras y sánguches de jamón del país. “El Juanito” de los Casusol en Barranco también tuvo una oferta similar.

Entrando más al tipo de sánguche de sabor nacional un local que tuvo gran éxito en la década del 70 fue “El Fogón” ubicado frente al cine Colina en la calle Berlín en Miraflores. Su carta de sánguches de asado, lechón y chicharrón acompañados de zarza criolla y camote frito eran de campeonato al igual que las humitas verdes, los picarones, postres criollos y su reputada chicha morada. En esa misma línea pero en otros barrios se dan a conocer el “Palermo” en Balconcillo y Jesús María reconocido por su jamón del país, butifarras y helados; “El Chinito” ubicado en el cruce de Zepita con Cañete en el centro de Lima famoso por sus pantagruélicos sánguches de pavo, lechón, lomito ahumado y jamón del norte. Aparecen en el mercado nuevas alternativas como el “Oscar`s” ubicado en Comandante Espinar en Miraflores y trasladado luego al cruce de Arica con Angamos que era célebre por sus afamados sánguches de pollo; y otras que se especializaron en atender hasta altas horas de la madrugada a los juergueros de aquellos tiempos que combatían los estragos del alcohol con monumentales sánguches de lechón, pavo, jamón del país en el “Macuito” y “Tejadita” en Barranco y el “Macario” ubicado en la avenida Ayacucho en Surco, sin olvidarnos, por supuesto, del sanguchón de pollo con sabor a brasa y harta mayonesa que se consumía en “El Pollón” en el cruce de Salaverry con el parque de la Pera del Amor. Otros del mismo corte eran “El Peruanito” en Miraflores y “La Rueda” en las primeras cuadras de Javier Prado Oeste cerca de la avenida Brasil muy exitosos y que contaban con una variada oferta de sánguches siendo el de lechón el mejor de ambos locales. En cambio la oferta del “Mario” situado en la calle Washington al costado del cine Tauro era más sofisticada pues consistía en carnes de cerdo, res y una inmensa variedad de salchichas y chorizos todos ellos marinados que le daban un sabor sensacional. Ya que hablamos de sanguchones a la salida de los cines no podemos dejar de mencionar esos deliciosos panes que se comían al costado del cine Country en lo del croata de nombre raro.

Dos locales marcaron la diferencia por lo original tanto de su propuesta física como por la variedad de su pizarra. La primera de ellas fue “La Casita”que era un kiosco de madera ubicado en el cruce de Schell con Los Pinos en Miraflores regentado por una pareja de argentinos que vendían unas deliciosas hamburguesas en un delicado pan de yema que se acompañaban con una variedad de salsas sin precedentes en el mercado sanguchesco de Lima acostumbrado a la mayonesa, ketchup, mostaza, ají y cebolla (tártara, golf, aceituna, palta. queso azul, chimichurri, pickles, huancaína, ocopa, entre otras). También popularizaron la venta de salchipapas al paso. El otro local enigmático es “Mi Carcochita” que se inició en un kiosco ubicado en la calle Julio C. Tello en Lince muy cerca del cine Ambassador, en donde se podía encontrar una gran variedad de sánguches, salchipapas en porciones monumentales y sobre todo los tacos mexicanos en una versión acriollada que tuvo mucho éxito. Hablando de tacos cabe hacer un rápido recuerdo a un par de kioscos ubicados en el cruce de Berlín con Bolognesi en Miraflores a espaldas del Super Epsa y otro ubicado en la esquina de La Marina con Escardó que se decía que eran de propiedad de mexicanos y donde se comían unos tacos de lujo. En la cuadra 24 de Petit Thouars en Lince funcionaba “Pavos Santa Mónica” especializado obviamente en sánguches de pavo que tenían mucha demanda y muy cerca de ellos estaba “Aurelia” que vendía pastas pero que tenía un pan con chicharrón de leyenda y unas cuadras más atrás el Levaggi que tenía un pastel de acelga de colección.

A fines de la década del 70 hacen su aparición por la avenida Pardo en Miraflores los primeros carritos sangucheros que eran conocidos como “Cheffer” que vendían hamburguesas que se podían acompañar con queso y huevo y sánguches de pollo con muchas salsas y con la novedad de las papitas al hilo. Todo un éxito a la salida del cine Pacífico cuando las monedas eran escasas para empujarse alguito.

Las otras alternativas sanguchonescas estaban enmarcadas más hacia el modelo americano del snack bar y eran opciones más sofisticadas y caras. Uno de los pioneros fue el “Davory” de Miguel Dasso en San Isidro en donde no sólo se consumían deliciosos helados y milk shakes sino un sándwich de pollo fenomenal. Otro con un local más grande y en el que te servían la comida a los autos estacionados en una bandejas que se sujetaban en el vidrio de la puerta (misma película gringa) era el “Tip Top“ primigenio ubicado en el cruce de Arenales con César Vallejo en Lince y que luego abrió un segundo local en Miraflores en lo que hoy es el Pardo Hotel. Eran de antología en el Tip Top el club sándwich, el tiptoprella que era un mixto gigante con una capa de pollo con mayonesa y cubierto de una manta de queso mozzarella y el hot dog kilométrico. Del mismo corte y concepto que el Tip Top, fueron el “Bar B&Q” situado en el ovalo Gutiérrez, famoso por sus helados zambito, hamburguesas y papas; el “Tambo” establecido en la avenida Arequipa a media cuadra del en ese entonces Teatro Leguía y del cine Roma que tenía una variada lista de hamburguesas de muy buen tamaño y excelente sabor y el “Oh Que Bueno” en San Antonio, Miraflores. Sin embargo, la primera cadena de comida rápida americana que se estableció en Lima a mediados de los 70s fue el Mac Tambo que abrió 3 locales: el primero en Comandante Espinar, otro en la calle Berlín en la esquina del Fogón y un tercero en Manuel Bañón en San Isidro que se llamaba Mac Pollo. El concepto del Mac Tambo era similar al de los locales de fast food de estos días, incluida la decoración con provocativas gigantografías luminosas de las hamburguesas y hot dog que vendían y la atención desde el mostrador. En general, los productos de Mac Tambo eran muy buenos.

Las cafeterías tenían también su espacio en el rubro de los sándwich y existía una serie de alternativas entre ellas el aun vigente “Haití” y su afamado club sándwich en el ovalo de Miraflores, el “Manolo” en su primer local en Diez Canseco frente a la Iglesia del Parque Central de Miraflores famoso por sus churros pero con una amplia gama de bocadillos españoles y mediterráneos y su muy celebrado sándwich de mozzarella y el Cherry`s ubicado en 2 de Mayo en San Isidro y en Larco en Miraflores con una simpática lista de sándwich fríos y triples. Palabras mayores eran el “Solari” y la “Tiendecita Blanca”. Cerca al Manolo en Diez Canseco casi en esquina con Larco, funcionaba el “Boom” reconocido por su torta de chocolate y el club sándwich. A fines de los 70s se abre el “Montebianco” en la avenida Pardo a la salida del cine El Pacífico y se gana el respeto de una concurrencia más pudiente con su oferta de helados en artísticas copas y sus sofisticados sándwich al plato y con papas fritas.

Ya entrados los 80s se hacen un nombre en la ciudad el Lucianos Burguer en la avenida Arequipa en Lince, el “Pops” en la Primavera cerca al puente de la Panamericana Sur, el Bon Beef en el centro Camino Real en San Isidro, el “Whattaburger” en la calle Grau con Pardo en Miraflores, el “Wolffies” en el primer ovalo de Pardo en Miraflores, el “Grease” en el centro comercial de Chacarilla y el “Silvestre” en Conquistadores en San Isidro y en Benavides en Miraflores al costado del Mediterraneo Chicken y en donde se vendían productos diéteticos (jugos, yogurt e incluso sándwich).

La relación de los locales que se mencionan en este artículo son simplemente asociados a los recuerdos de quien escribe y es obvio que se han omitido una serie de negocios que existían en esos tiempos pero que se escapan involuntariamente de nuestra memoria. A pesar de la agresividad del comercio de la comida rápida al estilo americano aun puedo constatar con mucha alegría que en los barrios de Lima siguen vigentes los locales que venden ese sanguchón peruano que tanto nos gusta con salsas, cebolla y bastante ají.

miércoles, 1 de julio de 2009

Que se bailen otra cueca (Parte 2)



El desarrollo de la política económica absolutamente liberal por parte del gobierno de Alberto Fujimori abrió las puertas a la inversión extranjera y fueron los empresarios chilenos lo que sin hesitar ingresaron sus capitales al mercado nacional jugando sus fichas en empresas ubicadas en sectores estratégicos para el país. Se daba inicio a otro tipo de conflicto con los chilenos, ahora en el terreno económico. No en vano, fue el mismísimo Pinochet que aún ostentaba el cargo de Comandante en Jefe del ejército chileno quien, reunido con los empresarios sureños en Iquique en el año 1992, espetó la infeliz arenga: “Compren el Perú que lo están vendiendo barato” ¿Quieren garantías? La tienen al 100%, de eso se encarga el Ejército de Chile”.

Es así que los peruanos pasamos de consumir vinos chilenos en caja o botellas y duraznos enlatados a ser absorbidos por una vorágine de inversiones chilenas que se iniciaron en el campo de la construcción (Centro comercial Jockey Plaza) y los supermercados (Santa Isabel) para ir abarcando año tras año casi todos los sectores de la actividad industrial, comercial y de servicios del país. Así tenemos empresas chilenas manejando la generación, transmisión y distribución de la energía eléctrica (Edegel y Edelnor), las empresas de retail y de hogar que dominan el mercado peruano (Ripley, Saga Falabella, Sodimac, Tottus), los supermercados insignia del Perú (Wong y Metro) fueron comprados por la empresa chilena Cencosud ante la indignación nacional que jamás pensó que estas empresas símbolo de “peruanidad” fueran vendidas por sus dueños a inversionistas rotos. Navieras, almacenes de carga, operadores logísticos y de infraestructura de puertos (CSVA, Imupesa, Agunsa, Neptunia) son de capitales chilenos, aparte de las intenciones de entrar en sociedad con el grupo peruano Romero en la concesión de puertos al interior del país. La línea aérea que tiene prácticamente el monopolio de los “cielos abiertos” del Perú (con ley incluida a su favor promulgada durante el gobierno de Alejandro Toledo) es de propiedad chilena (Lan Chile bajo la personería jurídica de su subsidaria nacional Lan Perú) que por cierto no se cansa de pasarnos la factura de los desbarajustes que le causó la presencia de la línea aérea peruana Aero Continente que hace unos 5 años hizo temblar el mercado chileno con sus mejores precios y que fue prohibida de operar tanto en Chile como en Perú por sus vinculaciones con el narcotráfico.

Perú Rail la empresa que maneja con prepotencia el monopolio del tren a Machu Picchu es de capital chileno al igual que una significativa cantidad de empresas contratistas que trabajan en las minas más importantes del Perú; Financieras, empresas de comercialización y distribución de gas, y combustibles, así como laboratorios de la industria farmacéutica y redes de farmacias (Fasa, Inkafarma y BTL), cementerios, gimnasios, agencias de viajes, telecomunicaciones, inversiones inmobiliarias, siendo la más llamativa aquella asociación de la poderosa constructora chilena Belco con Graña y Montero para construir “22,000 viviendas populares” en el terreno del aeródromo de Collique , tras “faenón” de algunos funcionarios de turno que han vendido el metro cuadrado a menos del 10% de su valor real. Existe información respecto a que hay más de cuatro millones de hectáreas pertenecientes a las regiones amazónicas del Perú que tienen solicitudes de adjudicación por parte de empresas transnacionales de producción de etanol y biodiesel, en su mayoría chilenas.

Un tema adicional es la presencia de los productos chilenos en el rubro de alimentos habiendo copado prácticamente todo el mercado nacional. El grupo Nestlé compró la tradicional fábrica de golosinas peruanas D´onofrio mientras que Nabisco hizo lo mismo con Field, en tanto que Carozzi tiene una importante actuación en el mercado peruano en el rubro de pastas con la marca Molitalia, Costa en chocolates y galletas, Ambrosoli en caramelos y confites, Pomarola en salsas de tomates, además de participar en los rubros de bebidas instantáneas, postres y pulpas de fruta. Hoy en día la fórmula de la bebida nacional peruana Inca Kola se produce en Chile por decisión logística de sus dueños (Coca Cola).

Watts Alimentos, dueña de Laive SA., no se queda atrás con participación en la venta de mermeladas, jugos, margarina, aceites, salsas, leche en polvo, leche líquida y mayonesa y el holding Corpora, dueña de las marcas Tresmontes y Aconcagua comercializa bebidas instantáneas, fruta en conserva, pasta de tomate, pulpas de fruta, vegetales congelados, además de mermeladas, postres y vinos. Por otra parte, las empresas chilenas tienen una participación significativa en el mercado peruano de los productos de aseo y limpieza.

Es importante mencionar el oscuro antecedente de la fábrica de pastas Luchetti de propiedad del poderoso grupo chileno Luczik que en 1996 construyó una planta de fabricación en Chorrillos, al sur de Lima, en una zona próxima al humedal conocido como los Pantanos de Villa que es un área silvestre reservada., sin contar con los estudios de impacto ambiental requerido y contraviniendo las observaciones efectuadas por la Municipalidad de Lima. Este tema de carácter municipal y administrativo terminó siendo un tema crítico en las relaciones comerciales entre ambos países. La cancillería y gremios empresariales chilenos saltaron a defender la posición de Luchetti señalando que se ponía en riesgo la seguridad jurídica de las inversiones chilenas en el Perú. Incluso, entre 1998 y el año 2000 los principales ejecutivos del grupo Luczik se reunieron en las salas del SIN con el enigmático asesor de inteligencia de Fujimori, Vladimiro Montesinos para negociar favores judiciales en los procesos que le seguía la Municipalidad de Lima, llegándose a confirmar por parte de los asistentes de Montesinos que el señor Andrónico Luczik entregó al asesor un maletín conteniendo dos millones de dólares, supuestamente orientados a financiar la campaña de la re relección de Fujimori del año 2000. En otra reunión Gonzalo Menéndez, Gerente de Luchetti, le pide a Montesinos “una guerra corta y sangrienta” contra el alcalde Alberto Andrade. Finalmente y dados a conocer los hechos descritos, la Municipalidad de Lima ordenó la paralización de obras y cierre definitivo de la fábrica. Después de dos años de litigio, el Centro Internacional de Arreglo de Diferencias Relativas e Inversiones (CIADI) falló a favor del Estado peruano en la controversia planteada por la empresa Lucchetti en la que solicitaba una indemnización de 150 millones de dólares.

Hay más temas controvertidos entre peruanos y chilenos que son de mayor dominio público resaltando entre ellos la naturaleza y denominación de origen del aguardiente denominado pisco que se produce en ambos países y que responde a dos bebidas muy similares en su elaboración pero distintas en calidad (mientras que el brandy peruano tiene un procedimiento más sofisticado y se obtiene destilando entre 8 a 10 kilos de uva por botella, el chileno es un aguardiente que se prepara con la mitad de uva que el peruano y se mezcla con agua desmineralizada). En tanto que los peruanos tienen la certeza que su producto es muy superior en promedio que el chileno, también establece su posición de defensa de la denominación de origen vinculado al espacio geográfico del lugar donde se produce (la ciudad peruana de Pisco fue fundada en el año 1640 en tanto que la localidad de Pisco de Chile se crea en 1936 cuando se le cambia de nombre al pueblo La Unión por Pisco Elqui) tal como es el caso del champagne en Francia, en tanto que los chilenos defienden la posición genérica de la denominación como ocurre con el vino. Lo que si es cierto es que los chilenos han industrializado su producción de pisco en mucho mayor escala y su consumo local es bastante más alto que el peruano. Temas menores son las discusiones por el origen de la papa en donde no cabe mayor discusión sobre el origen peruano de la misma y hasta fue motivo de una gran discusión la comercialización de la empresa chilena Soprole del postre suspiro limeño y sin embargo se obvió el detalle que la fábrica chilena de Postres Helados de San Francisco de Loncomilla también comercializa el helado de suspiro limeño.

Repasados estos antecedentes resulta evidente que tanto peruanos como chilenos tenemos motivos más que suficientes para estar enfrentados, divididos y vivir en un permanente y mutuo sentimiento de enemistad. Actualmente, más de 80 mil peruanos viven el Chile a donde marcharon en búsqueda de un destino mejor. La gran mayoría es gente humilde sin mayor formación y que se ocupa en actividades que demandan mano de obra no calificada y que poco a poco van ganando un espacio de aceptación por parte de la ciudadanía chilena que va reconociendo en buena parte de ellos a personas trabajadoras y con ganas de salir adelante, más allá de la discriminación de la que son objeto.

La finalidad de este artículo no es promover una cadena antichilena más de las muchas que se generan por internet para uno y otro lado, sino recordar los hechos tal cual han ocurrido a lo largo del tiempo. Estamos al centro del enfrentamiento. No pedimos boicotear empresas chilenas que compiten con las reglas que le permite el Estado peruano pero tampoco las defendemos con el fervor y apasionamiento con que suelen hacer los liberales y funcionarios peruanos que trabajan en los consorcios chilenos.

Somos conscientes que en Chile las reglas para la inversión peruana no son ni serán las mismas que se dan en el Perú y mucho menos que las empresas peruanas tendrán participación en determinadas actividades estratégicas chilenas como son la energía, los puertos, aeropuertos, hidrocarburos, minería y demás.

En realidad se trata de una tensa relación de vecinos que deberá ser tratada con paños fríos y durmiendo siempre con un ojo abierto. No queremos a Eduardo Bonvallet y al general Edwin Donayre como referentes de nuestra relación. Puede que sean sólo estilos de cada país. Mientras el lema del Perú es “Firme y feliz por la unión” el de Chile es “Por la razón o la fuerza”. Ahí está el detalle.