Mis no pocas ni infrecuentes incursiones en las viejas librerías, distribuidoras, tiendas, ferias y quintas del centro de Lima me han llevado a conocer a un intrigante y admirable subgrupo de seres aficionados a retroalimentar el pasado. Algunos son coleccionistas, otros eternos investigadores de temas sin importancia, no obstante, la gran mayoría son simples románticos que quieren volver a un pasado entrañable que ya no está más.
En ese escenario la oferta resulta inagotable y altamente creativa. Estoy casi convencido que no hay un libro que no se pueda encontrar por más antiguo, especializado y extraño que sea. Los hay de todos los temas, tamaños, precios y estado de conservación. No debe sorprender que, en este festival de la prescripción adquisitiva del dominio del libro, uno se encuentre con un ejemplar que alguna vez pasó por sus manos, que fue de su propiedad o formaba parte integrante del patrimonio de una biblioteca pública o le perteneció a un personaje famoso con dedicatoria incluida. Hace unos días estuve en la feria del libro ubicada en el Museo de la Nación y después de dar giros como troglodita entre la civilización y la barbarie sin estar seguro de haber dado una vuelta completa al recinto, de ver desfilar a esa parte de la intelectualidad limeña que se disfraza de bolchevique renegado y trasnochado o de egresado con honores del Hospital Larco Herrera, de seguir soportando la arrogante presencia de esos cuatro burros cofrades que se creen dueños de las letras nacionales y que escriben un incoloro e insípido libro cada 10 años y se la pasan felices comentando libros de otros, sentí una terrible nostalgia por los personajes que pululan las aromáticas calles limeñas en busca de saciar su auténtica pasión por nunca dejar de aprender. Y, si, pude constatar una vez más, que la sabiduría del pueblo es interminable, pues los precios de la feria suelen ser más altos, salvo los saldos de stock que rematan las editoriales, importadoras y distribuidoras, sobre todo de cursos de inglés, libros para niños y el bendito plan lector, enciclopedias, diccionarios y las novelas clásicas de siempre.
Estas ferias persas populares de nuestra ciudad ofrecen de todo un poco, desde los viejos discos de vinilo y sus extraordinarias carátulas, revistas nacionales de décadas pasadas, suplementos y magacines de los diarios, los chistes de nuestra niñez en todas sus versiones, los álbum que coleccionamos de niños (Mi Perú, Las maravillas de la naturaleza, Lo sé todo, Banderas, escudos y monedas de los países, El maravilloso mundo animal, El Topo Giggio, entre otros), fotografías de la ciudad, los viejos juguetes, muñecos y juegos de los 60s y 70s; monedas, billetes y todo un mundo de recuerdos a los que uno puede acceder caminando mucho, buscando con paciencia y sin apuro y haciendo amistad con los referentes que son claves para este cometido.
Hace unos días un vendedor con pinta de hippie espabilado me entregó unas fotografías que le había pedido meses atrás y en la charla me mostró el autógrafo y el dibujo de un pentagrama con las notas iniciales de " Another Brick in the Wall" de puño y letra de Roger Waters, el emblema de Pink Floyd, que consiguió hace dos años cuando se presentó en Lima. Pensando en mi hijo, acérrimo admirador de Waters y Pink Floyd, me atreví a preguntarle si me lo quería vender. El inquirido desorbitando los ojos me espetó: “Ni cagando, brother, no te vendo este autógrafo así me traigas 10 kilos de la mejor marihuana del mundo”. Al llegar a casa y contar el episodio a mi vástago, recibí como respuesta una soberana puteada y una frase para el recuerdo de un amigo suyo que lo acompañaba: “Que huevón, seguro que por un kilo le atracaba”. Plop.
1 comentario:
"Al llegar a casa y contar el episodio a mi vástago, recibí como respuesta una soberana puteada y una frase para el recuerdo de un amigo suyo que lo acompañaba: “Que huevón, seguro que por un kilo le atracaba”. Plop."
Jajajajajaajajajaja que buena !
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